Ayer, brujuleando por la Red, dí por casualidad con unos textos de un autor no muy conocido del siglo de oro español: Alonso de Castillo Solórzano. Su biografía es muy interesante (su padre fue camarero del Duque de Alba, y algunos le atribuyen el famoso Quijote de Avellaneda); y aunque su prosa es muy recargada, que para eso era un escritor barroco, también es muy divertida y ocurrente. Por eso, he querido compartir con vosotros un fragmento escogido al que he añadido alguna anotación con el fin de aclarar el significado de algunos términos en castellano antiguo, que ya no se utilizan o que están en desuso en los días que nos ha tocado vivir.
Ya me diréis si os gusta, y en ese caso buscaré mas cosillas curiosas o que crea os pueden interesar.
Tardes entretenidas en seis novelas - “El socorro en el peligro” por Alonso de Castillo Solórzano - año 1625
Ya me diréis si os gusta, y en ese caso buscaré mas cosillas curiosas o que crea os pueden interesar.
Tardes entretenidas en seis novelas - “El socorro en el peligro” por Alonso de Castillo Solórzano - año 1625
Hechizo de amor |
Cerca de los últimos términos del día
fatigaba el rubio hijo de Latona el luminoso tiro, conducidor de su
radiente carroza, solicitando la brevedad de su curso por hallarse en
el undoso imperio de Neptuno, donde la graciosa Tetis
le prevenía alojamiento,
cuando los frondosos árboles, socorridos del regalado céfiro brindaban a las pintadas aves con el
apacible murmúreo de sus verdes hojas, a que haciendo la razón su
concertada y sonora harmonía convidó juntamente a las damas a que
saliesen a gozar de sus amenos y compuestos cuadros, y en uno donde el
arte competía con la naturaleza hicieron traer asientos, y acomodándose
todas, esperaron a Octavio y al Médico, a quien le tocó la suerte del
novelar aquella tarde. No quisieron que les deseasen su venida mucho,
porque casi al mismo instante que se habían sentado, llamaron los dos a
la puerta del jardín, entraron y apeándose Octavio de su macho, y el
Médico de su regalada mula, llegaron a la amena estancia elegida por
aquella tarde, para su gustoso entretenimiento, donde siendo
alegremente recibidos de aquellas señoras, les dieron asientos; y
porque no se les pasase el tiempo, Octavio templó su guitarra, a quien
acompañó con sonora voz, cantando este romance que se sigue, que dijo,
antes, haberle hecho al propósito de un galán desfavorecido de una dama
que pretendía, y para inclinarla a que le admitiese en su gracia se
valió de una hechicera que pagada le dio unos hechizos en una redoma, y
al tiempo que los llevaba para la ejecución de su intento, se encontró
con un asno de un aguador en quien se rompió la frágil custodia de su embeleco, y experimentando el rudo animal el
poderoso efecto, dio en seguir al galán sin poderse defender del.
Hechizos solicitaba un galán a lo moderno; que se vale del atajo quien se cansa del rodeo. De una niña de cristal siente durezas de acero, que se juzgó en lo cristalino quiebras al primer encuentro. Con una hechicera topa, que ha hecho ya en el infierno caravanas de novicio para demonio profeso. Dióle en un pomo de vidrio confeccionado el remedio por quien espera favores de quien no ablandaron ruegos. Al revolver de una esquina rompióle el vidrio un jumento, donde, fuerzas del hechizo, le imprimieron sus efectos. Parte en busca de la causa de su amoroso embeleco, a quien promete en bocados lo que otro librara en besos. Con bufidos y rebuznos manifestaba su celo, que del sardesco idioma son suspiros, son requiebros. Atribulado del caso y pesaroso del hierro, del Tarquiasnale apetito huye el barbado Lucrecio. “Aguarda, necio galán, si hay necio que pueda serlo, no de tu prójimo huyas, deudo es el bruto del necio. Si eres noble por tu sangre el jumento no lo es menos, que si es Cerda por la cola, ¿qué será por todo el cuerpo? No te podrás escapar, aunque te defienda un pueblo, que zapatos de Bilbao son escuadras de Tudescos. No a su amor le digas nones, cuando de sus pies ligeros salen las coces a pares, como frailes de un convento. Espera de su asmitud que ha de recibir por premio hierro de manos con guantes manos con guantes de hierro. Tú pierdes en no esperarle, un paladión de concetos, que digeridos declare el lenguaje borriqueño.” Huye el descuidado amante; sigue el bruto su desprecio, y al bruto el dueño y el palo con que le bruma los huesos. Mientras solicita gustos sufre agravios de su dueño, que lo que el dolor le dura es lo que siente del duelo. Por la puerta de Alcalá salen todos tres corriendo a consentir con el burro, la mitad se tienen hecho.
La buena voz y donaire de los versos bien aplicados al asunto dio mucho gusto a los agradecidos oyentes, pagándoselo ellos en encarecidas alabanzas que estimó en mucho Octavio...
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