sábado, 2 de noviembre de 2013

Rebuznos de amor

Ayer, brujuleando por la Red, dí por casualidad con unos textos de un autor no muy conocido del siglo de oro español: Alonso de Castillo Solórzano. Su biografía es muy interesante (su padre fue camarero del Duque de Alba, y algunos le atribuyen el famoso Quijote de Avellaneda); y aunque su prosa es muy recargada, que para eso era un escritor barroco, también es muy divertida y ocurrente. Por eso, he querido compartir con vosotros un fragmento escogido al que he añadido alguna anotación con el fin de aclarar el significado de algunos términos en castellano antiguo, que ya no se utilizan o que están en desuso en los días que nos ha tocado vivir.

Ya me diréis si os gusta, y en ese caso buscaré mas cosillas curiosas o que crea os pueden interesar.



Tardes entretenidas en seis novelas - “El socorro en el peligro” por Alonso de Castillo Solórzano - año 1625
Hechizo de amor
Cerca de los últimos términos del día fatigaba el rubio hijo de Latona el luminoso tiro, conducidor de su radiente carroza, solicitando la brevedad de su curso por hallarse en el undoso imperio de Neptuno, donde la graciosa Tetis le prevenía alojamiento, cuando los frondosos árboles, socorridos del regalado céfiro brindaban a las pintadas aves con el apacible murmúreo de sus verdes hojas, a que haciendo la razón su concertada y sonora harmonía convidó juntamente a las damas a que saliesen a gozar de sus amenos y compuestos cuadros, y en uno donde el arte competía con la naturaleza hicieron traer asientos, y acomodándose todas, esperaron a Octavio y al Médico, a quien le tocó la suerte del novelar aquella tarde. No quisieron que les deseasen su venida mucho, porque casi al mismo instante que se habían sentado, llamaron los dos a la puerta del jardín, entraron y apeándose Octavio de su macho, y el Médico de su regalada mula, llegaron a la amena estancia elegida por aquella tarde, para su gustoso entretenimiento, donde siendo alegremente recibidos de aquellas señoras, les dieron asientos; y porque no se les pasase el tiempo, Octavio templó su guitarra, a quien acompañó con sonora voz, cantando este romance que se sigue, que dijo, antes, haberle hecho al propósito de un galán desfavorecido de una dama que pretendía, y para inclinarla a que le admitiese en su gracia se valió de una hechicera que pagada le dio unos hechizos en una redoma, y al tiempo que los llevaba para la ejecución de su intento, se encontró con un asno de un aguador en quien se rompió la frágil custodia de su embeleco, y experimentando el rudo animal el poderoso efecto, dio en seguir al galán sin poderse defender del.


Hechizos solicitaba
un galán a lo moderno;
que se vale del atajo
quien se cansa del rodeo.
De una niña de cristal
siente durezas de acero,
que se juzgó en lo cristalino
quiebras al primer encuentro.
Con una hechicera topa,
que ha hecho ya en el infierno
caravanas de novicio
para demonio profeso.
Dióle en un pomo de vidrio
confeccionado el remedio
por quien espera favores
de quien no ablandaron ruegos.
Al revolver de una esquina
rompióle el vidrio un jumento,
donde, fuerzas del hechizo,
le imprimieron sus efectos.
Parte en busca de la causa
de su amoroso embeleco,
a quien promete en bocados
lo que otro librara en besos.
Con bufidos y rebuznos
manifestaba su celo,
que del sardesco idioma
son suspiros, son requiebros.
Atribulado del caso
y pesaroso del hierro,
del Tarquiasnale apetito
huye el barbado Lucrecio.
“Aguarda, necio galán,
si hay necio que pueda serlo,
no de tu prójimo huyas,
deudo es el bruto del necio.
Si eres noble por tu sangre
el jumento no lo es menos,
que si es Cerda por la cola,
¿qué será por todo el cuerpo?
No te podrás escapar,
aunque te defienda un pueblo,
que zapatos de Bilbao
son escuadras de Tudescos.
No a su amor le digas nones,
cuando de sus pies ligeros
salen las coces a pares,
como frailes de un convento.
Espera de su asmitud
que ha de recibir por premio
hierro de manos con guantes
manos con guantes de hierro.
Tú pierdes en no esperarle,
un paladión de concetos,
que digeridos declare
el lenguaje borriqueño.”
Huye el descuidado amante;
sigue el bruto su desprecio,
y al bruto el dueño y el palo
con que le bruma los huesos.
Mientras solicita gustos
sufre agravios de su dueño,
que lo que el dolor le dura
es lo que siente del duelo.
Por la puerta de Alcalá
salen todos tres corriendo
a consentir con el burro,
la mitad se tienen hecho.

La buena voz y donaire de los versos bien aplicados al asunto dio mucho gusto a los agradecidos oyentes, pagándoselo ellos en encarecidas alabanzas que estimó en mucho Octavio...

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